Abordar un tema como la diversidad sexual en el contexto contemporáneo implica, en primer lugar, estar advertidos de la sucesión de órdenes impuestos por la policía discursiva de turno (Foucault, 2005) que influyen en la localización de la anatomía política, afectiva y la conformación del lazo con los otros. Estos resultan sucedáneos en tanto a lo largo de cada una de las épocas de la humanidad y sus respectivos mundos circundantes es posible reconstruir diversos modos de entablar significaciones que apuntan a un sentido detrás de las “tendencias nacidas en una zona erógena del cuerpo, [que] aspiran al ideal inaccesible de una satisfacción sexual absoluta” (Nasio, 1996, p. 59).
Si bien no se ofrecen múltiples ejemplos para reconstruir los diferentes órdenes sexuales en sus respectivas épocas, basta con considerar la contemporaneidad y la civilización griega clásica, particularmente la ateniense: existía una primerísima distinción, la cual figuraba entre el Eros de Afrodita Pandemo y el Eros de Afrodita Urania. Tal distinción se sustenta en la diferencia respecto al objeto al cual apunta. La primera señala el amor propio de los ordinarios, quienes aman más los cuerpos que las almas; la segunda implica, fundamentalmente, amar lo bueno, lo bello y lo verdadero presente entre quienes se inician en la sabiduría y aquellos que ya se encuentran en su búsqueda (Eco, 2007). Si bien no se excluía la relación física, la premisa de esta respondía a la tríada presente entre mitología, búsqueda de la sabiduría y la correspondencia entre lo bueno y lo bello.
Cabe hacer una distinción fundamental entre sexualidad y genitalidad. Este último se ajusta al mero contacto y estimulación de los órganos genitales, mientras que el segundo se inscribe en procurar un placer, separado de la aspiración por aliviar una necesidad fisiológica y mediado por la construcción imaginaria de un objeto elegido que se cree colmará, a partir de una región erógena del cuerpo (Nasio, 1996). En este punto es posible continuar señalando el entretejimiento de la sexualidad y los discursos, puesto que estos últimos ofrecen en sus órdenes propuestas identificatorias, divisiones morales y representaciones ideológicas (Poster, 1991) que tienen efectos sobre la construcción y elección anteriormente mencionada.
En este sentido, aunque existe una multiplicidad de discursos “flotantes” y presentes a lo largo de la historia, hay uno que ocupa un lugar importante en la constitución del psiquismo de cada sujeto: el discurso familiar. En este, según Gerardo Bolívar se “transmite de manera consciente e inconsciente ideales, prohibiciones, prejuicios, confusiones, sentidos, sinsentidos, fantasías y temores” (Familia y orientación sexual”, en Sierra Agudelo (Comp.), Maternidades y paternidades contemporáneas. ¿Cómo incide la posición de los padres en la vida emocional de los hijos?, 2016, p. 129), lo que produce lugares comunes mínimos y matices variopintos. Dicha transmisión genera la marca, no sólo con la cual el sujeto responde a las demandas y el encuentro ante la existencia, sino también en el juego de la identidad que este sorteará el resto de su trayectoria vital. En relación con la sexualidad y su diversidad, Bolívar destaca, además de las identificaciones, que aquello que rige al ser humano se encuentra más allá del instinto con el que se explica al animal, lo que aleja cualquier discurso biologicista, lo “genéticamente preestablecido” o lo supuestamente coincidente entre la identificación y la anatomía, encorsetado en una única orientación sexual.
Retrotraer la idea respecto a la supuesta coincidencia entre la identificación, la anatomía y la orientación sexual revela el derrumbamiento actual de las certezas celosamente establecidas que cuentan con el único recurso de la “patologización de los procesos de sexuación que parecen contradecir los arreglos tradicionales” (Blestcher, F. (2017) “Infancias trans y destinos de la diferencia sexual: nuevos existenciarios, renovadas teorías”, en Meler (Comp.), Psicoanálisis y género. Escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia, p. 27-28), de modo que se apuesta por re-conocer todo aquello que queda excluido de los discursos hegemónicos.
Con ello se plantea otra distinción que alza estribo: la del sexo y género. Es probable que el lector se pregunte: ¿por qué motivo señalar tal variedad de categorías en el discurrir de la diversidad sexual? Pues bien, en una cuestión que ha atravesado múltiples intentos por ser acotada a través del binarismo, se requieren significantes que permitan dar lugar a aquello de lo que se prescinde o ignora. Justamente la definición de significante dada por Lacan y retomada por Peusner es la de pura diferencia, pues “para circular por el mundo y para poder ubicar diferencias, para poder leerlas, verlas transitarlas hace falta el significante” (2023, p. 154). Resuelto tal asunto, el cual es menester en la presente distinción, su diferencia radica en que el sexo corresponde habitualmente a aquel que ha sido asignado al nacer –que lejos de reducirse a únicamente dos, se ha empezado a incluir la categoría “intersexual”, como lo es el caso de Vincent Guillot–, atendiendo al correlato biológico que dicha atribución sustenta en su registro, mientras que el género se cierne sobre la “posición que tiene el sujeto con respecto al anudamiento entre el cuerpo y la palabra, un anudamiento que indexa una determinada posición del sujeto en relación con el Otro y en su lazo social en general” (Leblanc, V. (2022). De la creencia a la diferencia de los sexos más allá del binarismo: un recorrido por la sexuación. En Coccoz (Coord.), El deseo trans, p. 88), lo que significa que, más allá del lugar, rol, comportamientos o expectativas que se sitúan sobre el sujeto acorde con su identidad sexual, es este último quien en relación con su propia construcción imaginaria y deseo, a la vez de sus prácticas sexuales, los que asumen identificaciones, que deseable y favorablemente, correspondan consigo mismos y le permita entablar vínculos sin estar advertido de su condición como ser sexuado.
Referencias
Coccoz, V. (2022). El deseo trans. RBA Libros.
Eco, U. (2007). Historia de la fealdad. Lumen.
Foucault, M. (2005). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
Meler, I. (2017). Psicoanálisis y género: escritos sobre el amor, el trabajo, la sexualidad y la violencia. Paidos Argentina.
Nasio, J. D. (1996). El placer de leer a Freud. Gedisa Editorial.
Peusner, P. (2023). El deseo del analista que no retrocede ante la clínica con niños. Paradiso Editores.
Poster, M. (1991). Foucault, el marxismo y la historia: Modo de producción versus modo de información. Paidós.
Sierra Agudelo, G. (2016). Maternidades y paternidades contemporáneas. ¿Cómo incide la posición de los padres en la vida emocional de los hijos?. Editorial Corporación Ser Especial.