Barreras en el aprendizaje
Para un niño, cargar con categorías como “el fracasado escolar, “el hiperactivo”, “el agresivo” u “el loco” se vuelve una cuestión identitaria, “un rótulo calificativo que determina al sujeto” (Sierra, 2006, p. 62), y que, a su vez, da cuenta del lugar que ocupa en el mundo y como se relaciona con quienes lo habitan junto a él. Sin embargo, estas categorías, síntomas y diagnósticos son utilizados para segregar al niño a lugares donde se lo pueda controlar, a espacios donde si lo puedan manejar, como lo nombra Agudelo (2006), mostrando “un objetivo prioritario y único: que el niño sea como los demás esperan, como el otro desea” (p. 39-40).
Muchos padres optan, ante la perplejidad de un diagnóstico que vuelve a su hijo un rechazado en las instituciones educativas y demás contextos sociales, por asumir la responsabilidad de su exclusión. Olvidan que el niño es un sujeto, pequeño sí, pero dentro de sí carga con decisión y posibilidad. Por esto, la lectura que se ofrece desde la Corporación Ser Especial es una que convoque al niño, padres, maestros, y demás figuras involucradas en su proceso, a pensar en cuál es su responsabilidad frente al lugar en que se encuentra el niño en su contexto, y a cómo se asume la categoría diagnóstica con la que habita el mundo (Cortés, 2006).
Las nombradas barreras de aprendizaje son producto muchas veces de la negativa de los niños ante aprender por la vía de los objetivos pedagógicos, hay niños que resistente aprender de esos modos, pero no significa que no puedan aprender por otros. La solución que se da a la superación de estas barreras desde la institución escolar no involucra escuchar al niño qué es ni hacer una lectura de qué denota su imposibilidad de aprender por la ruta tradicional. Se deber optar por permitirle al niño expresarse, moverse en su subjetividad hacia un verdadero deseo por aprender (Cortés, 2006).
Lo usual para un niño que se afronta a barreras en el aprendizaje y exclusión, variando en su diagnóstico, es encontrase con una demanda: por ser normal, por aprender como los demás, por moverse menos, por hablar más, por hablar bien, por ser otro. En un espacio clínico el niño se encuentra con la escucha y la curiosidad de otro que no le pide nada, por el contrario, le ofrece un espacio y encuentro diferente al que el estándar e imperativo de normalidad le ofrece (Agudelo, 2006).
Apostar por la inclusión es apostar por una inclusión no generalizada, una que no se base en intervenciones que trabajen “con normas y estándares, que pueden caer, en desconocer la realidad de lo que hace sufrir en su particularidad al sujeto niño que consulta” (Gaviria, 2006, p. 75), y que terminan por inducir a los padres mismos, los principales veladores de estos procesos, en discursos que enajenan al niño y lo reducirán siempre ser hablado por alguien más (Velásquez, 2006).
Ir en una lógica que se oponga a la anterior es, como lo nombra Sierra (2006), darle espacio a los niños excluidos para conquistar otros lugares, a ser escuchados, a no irse por la vía de la eficacia que demanda el mundo y rehusarse a buscar un tratamiento normalizador, si no por la vía de uno que apueste por la escucha y la comprensión de este niño que se ve reducido a sus dificultades, y darle un lugar el mundo diferente al de la segregación, institucionalización y reclusión, un lugar en el que sea el mismo, responsable, hablante y capaz de asumirse sujeto, con toda su diferencia.
Referencia
Corporación Ser Especial. (2006). EL NIÑO HOY. Trastornos y Exclusión. Editorial Corporación Ser Especial.