El juego ha sido, desde siempre, un espacio fundamental en la vida de los niños. No es solo una actividad de esparcimiento, sino un escenario donde se procesan emociones, se elaboran experiencias y se ensayan los roles que permitirán a los niños integrarse al mundo social (Fernández,2011, p.168). A través del juego, los niños convierten lo angustiante en placentero, transformando sus vivencias en relatos que pueden controlar y recrear a su manera. En este sentido, el juego es un espacio de creación, aprendizaje y contención emocional.
Sin embargo, en la actualidad, el juego ha tomado nuevas formas en la era digital. La interacción cara a cara con otros niños ha sido sustituida, en muchos casos, por la conexión a plataformas virtuales donde los niños crean y manipulan realidades digitales. Estos entornos ofrecen posibilidades de exploración y creatividad, pero también conllevan riesgos que deben ser considerados. La hiperconectividad ha cambiado la manera en que los niños construyen sus vínculos: ya no es esencial tocarse o mirarse directamente, basta con la presencia en línea para que una relación sea validada (Vergara, 2011, p.18).
El juego es mucho más que entretenimiento; es un espacio donde el niño simboliza sus experiencias y elabora su relación con la realidad. Las plataformas virtuales ofrecen un espacio donde la carencia parece abolida: todo es posible, todo puede construirse y modificarse a voluntad. El niño, acostumbrado a un espacio en el que todo se encuentra disponible de inmediato, puede enfrentar dificultades cuando debe lidiar con la realidad, que implica espera, límites y frustración (Fernández,2011, p.169).
Esta invitación es, en esencia, a construir un mundo donde no falte nada y todo funcione, por tanto, surge la pregunta: ¿qué incidencia tiene este tipo de juegos virtuales en los niños? La virtualidad permite nuevas interacciones, en las cuales pueden generarse y fortalecerse vínculos sociales y puede establecerse una comunicación constante con los hijos, ya que se superan las barreras de espacio y tiempo. A su vez, posibilita el acceso a un caudal amplio de información en el momento que lo solicita. Asimismo, favorece la creatividad, la perseverancia, la imaginación, entre otras habilidades. El problema no radica únicamente en el hecho de que los niños jueguen en entornos virtuales, sino en que esta inmersión digital los abstrae de la realidad al punto de disminuir su contacto con el mundo tangible. La imagen de un niño completamente absorbido por una pantalla de videojuego es cada vez más común (Fernández, 2011, p.169).
Hoy, las relaciones ya no requieren de la presencia física del otro: importa más el número de contactos en una red social que el encuentro cara a cara. Estas nuevas formas de lazo social exigen de los adultos una lectura atenta de la época y de los modos en que los niños habitan el mundo. No se trata de rechazar la virtualidad, sino de preguntarse si, en su propio vínculo con la tecnología, los adultos no han quedado igualmente atrapados en la lógica de la inmediatez y la desconexión, dejando de lado su función de garantes del proceso subjetivante de los niños.
Es importante que en el contexto familiar exista un verdadero interés por las actividades de los hijos y por los programas y juegos con los cuales estos interactúan, para darse cuenta de la invención singular de ellos y ayudárselas a canalizar ( Fernandez, 2011, p. 171). En el caso concreto de los niños que tienen una particular relación con el computador, sus padres pueden optar por estar al tanto de las novedades que encuentran en este medio, sin considerarlas necesariamente como descartables, preguntando a sus hijos aquello que los cautiva en esta relación con el mundo virtual que construyen y mostrándoles otras posibilidades que el medio social ofrece, como el arte, el deporte, el juego y la ciencia.
El desafío actual no es eliminar el juego virtual, sino equilibrarlo con experiencias de juego en el mundo real. El contacto físico, la interacción directa y la exploración del entorno siguen siendo fundamentales para el desarrollo infantil. Es tarea de los adultos propiciar espacios donde los niños puedan jugar libremente.
Referencia:
Sierra, G. (2011). Me conecto luego existo. Editorial Corporación Ser Especial.